UNA EXPERIENCIA PERSONAL
“He levantado mis manos, con la misma reverencia de centenares de judíos que se agolpan en el costado occidental del muro de Jerusalén y en donde cada día derraman sus oraciones delante del Eterno, clamando por la paz prometida en la Toráh, para la ciudad santa. Y allí, entremezclado con aquellos hombres –diferentes en su atuendo- siglos de historia, de dolor, de sangre inocente, guerras y traiciones, de asesinatos, violencia, escombros y profecías abiertas al presente, han cruzado raudamente por mi mente y he sentido la inefable PRESENCIA del Maravilloso Dios que juré un día servir con todo mi corazón.
Y es que estoy en medio de SU PUEBLO, de los escogidos desde los albores de la creación, de los separados por Él, para edificar los ladrillos de la perfección de su amor hacia los habitantes de esta tierra -maltratada y cobardemente asolada- y la he sentido mía, en la angustia que la distancia deja y en la impotencia que desde mi patria colombiana, inunda de tristeza las lágrimas que brotan de lo más profundo de mi amor hacia Israel.
A mi lado, un serenísimo Rabino –de los muchos que oran frecuentemente besando su librito de oraciones- se inclina constantemente hacia la pared del muro y en ese lenguaje vibrante y delicado a la vez, recita múltiples pasajes que –estoy seguro- suben en olor fragante delante del Trono de La Gracia.
Y junto a él, otros hombres –también diferentes en su aspecto, color y majestuosidad- con un mismo lenguaje, pero con raíces rusas, etíopes, españolas, kurdas, yemitas, iraquíes, norteamericanas y de otras naciones, que en cumplimiento profético de las Escrituras han retornado a la Patria diseñada por Dios para ellos.

Estoy experimentando la serena dignidad de estar junto a estos hombres, que dominan la eternidad a través de las promesas que los siglos se niegan a olvidar. Junto a aquellos que nacieron desde el corazón del Creador.
Pero también he recordado, el asesinato del primer ministro YITZHAK RABÍN ocurrido la noche del sábado 4 de noviembre de 1995 en Tel Aviv, cuando otro judío -no un terrorista palestino- accionara su pistola beretta de nueve milímetros, sobre la humanidad de uno de los más aguerridos y valientes militares israelíes, que se atrevió a pensar diferente y a extender los olivos de la paz hacia sus más enconados y ancestrales enemigos. En los anales de la infamia, ha quedado grabado el nombre de Yigal Amir, joven estudiante de leyes y computadores en la universidad Bar Ilan en Tel Aviv, quién disparara las balas asesinas, preparadas por su hermano Hagai.
Noa Ben-Artzi Philosof, la nieta de dieciocho años del líder inmolado, conmovió al mundo entero, cuando ahogada en llanto y frente a miles de cámaras televisivas, exclamó con su alma desgranando la tristeza:
“Perdonen que no quiera hablar sobre la paz. Quiero hablar sobre mi abuelo. Uno siempre se despierta de una pesadilla, pero desde ayer yo sólo me despierto a una pesadilla: La pesadilla de la vida sin ti. Abuelo: Tú eras la columna de fuego delante del campamento y ahora ha quedado solo el campamento y en la oscuridad y tenemos tanto frio y estamos tan tristes. Yo sé que la gente habla en términos de tragedia nacional, pero ¿cómo se puede consolar a un pueblo entero? Abuelo: Tú fuiste y serás nuestro héroe. Quiero que sepas que en todo lo que hice, siempre te vi ante mis ojos. Tu aprecio y tu amor nos acompañaron en cada paso a lo largo de todo el camino y vivimos siempre a la luz de tus valores. Nunca abandonaste a nadie y ahora te abandonaron a ti. Pero aquí estás, mi héroe eterno, frío y solo y yo no puedo hacer nada por salvarte. Eras tan maravilloso. Hombres relevantes y más grandes que yo, ya te han encomiado, pero ninguno ha sentido, como yo, las caricias de tus tibias y suaves manos, ni tu cariñoso abrazo reservado solo para nosotros y tu media sonrisa que siempre me decía tanto. Esa misma sonrisa que ya no existe y se congeló contigo. Al séquito de ángeles celestiales, que te acompañan ahora, le pido que te cuiden y que te cuiden bien, porque mereces un cuidado así. Te amamos abuelo. Por siempre”. (1)
Cada vez que me encuentro con esta extraordinaria explosión de amor, no puedo detener una cascada de lágrimas que crean un fuego devorador de las pasiones racistas, de sentimientos xenofóbicos y de los rechazos étnicos.
Cuántos recuerdos se agolpan en estos instantes –brevísimos pero eternos- y cuántas dolorosas imágenes, vistas en las páginas amarillentas de los diarios capitalinos con cruentas escenas de dolor y muerte.
Estoy seguro –bien seguro- que él Dios que tanto amo, es negro y amarillo y blanco y africano y chino y español y cristiano y judío y protestante y romano y griego y ortodoxo y HOMBRE, formado en las entrañas de todos aquellos que lo exaltan y alaban, según el cristal con que lo miren. Dios es Dios, de todo aquel, que es arrullado por la historia y la tradición, que permanecen en el cofre eterno de su PALABRA VIVA.
El 19 de septiembre de 1993, Rabín estuvo de pie en el jardín de las rosas de la Casa Blanca en Washington, junto a Yasser Arafat y el presidente Bill Clinton, que oficiaba como el anfitrión y garante del convenio firmado la noche anterior.
El Acuerdo de paz de la margen occidental en la franja de Gaza, firmado por los dos adversarios políticos, religiosos y militares, ocasionó que el mundo aplaudiera este evento histórico, pero también que algunos lo vieran como un acto de traición en contra de su propio pueblo y pidieran la expulsión del Primer Ministro de su cargo.
Otros observaban en silencio y con celo radical y macabro, decidieron que Yitzhak Rabín merecía morir por permitir que se gestara un naciente estado palestino.
Los inconformes también se cuestionaron: Puede acaso un devoto seguidor de la fe musulmana cambiar de parecer, cuando días antes había dicho que:
“Nuestro objetivo es la destrucción de Israel y no deben haber compromisos ni moderación en nuestra lucha. No queremos la paz. Queremos la guerra y la victoria y pelearemos juntos como una nación musulmana y con una misma bandera”. (2)
¿Sería posible que hubiese cambiado y que cabalgase sobre la verdad de los hombres que valoran la paz?
Me retiré en silencio -cabizbajo y sombrío- de este lugar que huele a Dios, a santidad, a historia, a poesía y a milagros y una promesa brotó de mis entrañas y explosionó en medio de aquellos seres humanos diferentes: Jerusalén: Un día escribiré sobre la sangre que baña tus suelos y de los cobardes ataques que siembran de luto tus calles sagradas.
Una tenue neblina tomó posesión de éste enorme patio y paréceme como un manto que desde el tercer cielo, deja caer El Creador sobre esta hermosa nación”.
La mañana del 23 de marzo del 2004 selló mi corazón al corazón de Israel.
Ahora, cuando la nieve de los años ha inundado de plata mis cabellos, ha llegado la hora de cumplir el juramento.
Hoy he vuelto a sentir, como si estuviera en la tierra cedida por Dios para su deleite…….EL DELICADO AROMA DE MI SEÑOR.
Hoy…TODO ME HUELE A DIOS.
Jonas Otoniel E.
1. ITZJAK RABIN. Editado al español por Salomón Lewinsky. Publicado por Reencuentro L. B. Editorial C. A. 1996. Primera edición. Página 187. Distribuido por la Biblioteca de Jerusalén.
2. YASSER ARAFAT. Apartes del discurso del 15 de Marzo de 1992 en Cisjordania
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